
Carmen GarcÃa, penúltima de cinco hermanos, nació el 13 de Septiembre de 1888 en la ciudad francesa de Nantes. Hija de padre español y madre francesa, a los ocho dÃas recibió las aguas bautismales en la parroquia de Notredame de Bon Port de su ciudad natal.
Educada religiosamente, Carmen dio muy pronto muestras de sus verdaderos sentimientos cristianos, que posteriormente defendió con todas sus fuerzas. Mujer de temperamento heroico y de una amabilidad sin lÃmites, se revolvió valiente sintiendo hervir en su interior la ira de Dios, cual otro San Juan Eudes ante un hereje, para defender sus propios derechos y los de la Iglesia.
A principios de siglo, la familia GarcÃa-Moyon volvió a España, instalándose en la ciudad de Segorbe, Castellón. Seguramente por el contacto de la joven Carmen con las hijas del Venerable Luis Amigó, prendió en ella la vocación religiosa. De hecho, el 11 de enero de 1918 ingresó en la Congregación de las Terciarias Capuchinas y, al concluir sus votos religiosos, no los renovó. En 1926 la encontramos ya en la ciudad de Torrent, Valencia.
En seguida entra en contacto con los frailes del convento de Monte Sión. Con el tiempo, la francesita, como asà se la conocÃa, se empleó en dar catequesis a los niños del convento, repasar las ropas sagradas, la limpieza de la hermosa iglesia y hasta puso un taller de costura en su casa, donde enseñaba a las jóvenes torrentinas el arte de coser, zurcir y bordar ropas. Una verdadera catequista, cooperadora parroquial y trabajadora social.
Sus convicciones religiosas le llevaron a sufrir una muerte violenta la noche del 30 de enero de 1937 en el Barranc de les Canyes, frente a la casa de Camineros, camino de Montserrat. "¡Viva Cristo Rey!" fueron sus últimas palabras.
Quienes la conocieron nos dicen que Carmen era, humanamente, muy cariñosa y comprensiva. FÃsicamente era de pequeña estatura, bien parecida y de mirada serena y penetrante. Moralmente, era una persona muy religiosa y sumamente piadosa. Fue una auténtica lÃder del pensamiento cristiano femenino.
(Hch. 2, 42 y 4, 32).